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Registrar la historia, registrar el arte, registrar el registro.

 

Hablar del dolor, de la deportación, del exilio, la tortura y la muerte que ocurre en tu país con la cara descubierta, fue un riesgo calculado que afortunadamente no tuvo consecuencias para mi como persona; pero que sin embargo fueron cuestiones que debí tomar en consideración para elaborar un trabajo visual que pudiera ver la luz durante ese período. Para esto fue necesario usar tácticas de maquillaje y camuflaje que desviaran la atención hacia la semiología y el conceptualismo, que eran solo una fracción de los contenidos que residían en el corazón de esta obra, como ejes estructurales de mi trabajo.

Mi primera aproximación tuvo dos vertientes distintas. En primer lugar, el comentario lingüístico, con un fuerte acento semiológico: “De la relación sintagmática de la carne con los objetos de su entorno inmediato….(propiedad del Museo Nacional de BBAA.)”

La segunda aproximación fue la incorporación de la data conceptual de la técnica y lugar de ejecución de la obra como una matriz que se reiteraba en las diferentes series de obras, y que perseguían agregar el dato duro de la autoría, el lugar de producción de la obra, la fecha y el título o comentarios de carácter simbólico.

Por otra parte, una serie de obras se enfoco en recoger algunos datos materiales de realidad como parte de su constitución. Estoy hablando de la residualidad del site-specific en A La Carne de Chile: sangre y fluidos del momento de muerte, que se puede ver en obras tales como, Soportar, o Grabado es: 10 muertes con igual procedimiento (propiedad de la Galeria D21), y otras que fueron realizadas en parte en el matadero que use como modelo y productor de huellas, donde se recogía la sangre verdadera de los animales, los pelos y las fecas en el momento de ser sacrificados, en los soportes de tela que se manchaban al ser usados a modo de modernos sudarios o soportes en la realización de las obras.

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